En nuestra época, envueltos por una inmensa cantidad de estímulos, por la velocidad de una tecnología cada día más sorprendente (para bien y no siempre para tan bien) y por una actitud competitiva sobrevaluada e insertada en nuestra educación desde la más tierna infancia ("tengo que llegar primero, antes que los demás, ser mejor que los demás)", no es difícil encontrarnos día tras día rebasados por una prisa sin fin. Resulta que vivimos en una carrera loca como la de Alicia en el País de las Maravillas, la cual probablemente nos guíe tarde o temprano a un absurdo como el de Alicia: siendo despojada de todos sus dulces para premiar a los otros y teniendo que agradecer el ser premiada con su propio dedal. ¿Hacia dónde corremos? ¿A dónde hay que llegar? ¿De verdad hay que llegar a alguna parte, a algún punto que nos espera allá adelante sobre la línea?
Pero no tiene que ser así. La carrera loca es una realidad que se despliega a partir de una percepción, de una estructura que aprendimos y que reconstruimos día a día. Pero como aprendimos podemos desaprender, tenemos la capacidad de reestructurar nuestra percepción y de recrear nuestra realidad. Podemos elegir de nuevo la manera de estar en el tiempo: estar en en lugar de perseguidos por. Aunque es un tema bastante amplio y complejo, por ahora solo diré que la estructura circular, desde su esencia, nos invita a otra cosa. En un círculo no hay jerarquías, no puede haberlas por la naturaleza de su geometría: ningún punto que forme el círculo está más adelante o atrás que otro, no hay adelante ni atrás y por lo tanto no es mejor estar adelante o atrás, no hay un lugar a dónde llegar ni nada que demostrar. Solamente estamos dónde estamos y este es el mejor y el único momento.
Simultáneamente "este único momento" es espejo de otro momento del otro lado del círculo, es un lado de una polaridad y es un punto de una red infinita de instantes que se enlazan unos con otros. Al igual que nosotros los seres humanos y que todo ser (piedra, planta, animal, estrella...), los instantes pertenecen a un todo, y en un cierto nivel de percepción el Tiempo no existe, así que tampoco puede ser nuestro enemigo despiadado.
Claro que desde el punto de vista estrictamente racional, mi explicación anterior es tramposa, pero eso sí, poética y espero que también bella. Y ahí es donde cabe la Magia, en ese lugar en el que uno renuncia a la razón estricta y permite que el Tiempo y el Mundo no sean necesariamente como los aprendimos. ¿Y si el Tiempo fuera nuestro amigo, nuestro amante, nuestro Padre-Madre amoroso? ¿Si nos abrazara con aceptación incondicional, paciencia infinita, amor, comprensión? ¿Si nos diera la oportunidad una y otra vez de aprender a nacer, a amar, a crear y a morir?
De esto se trata este taller, de darnos la oportunidad de vincularnos amorosamente con un transcurrir que gira una y otra vez en generosas oportunidades de aprendizaje del gozo y del asombro de estar vivos.
